jueves, 1 de agosto de 2013


SOLOS EN EL CONSULTORIO

A los dueños de las palabras
que no tienen dueño

En el consultorio
a veces hay hechos
que se cargan de ecos.

Hechos que ya no valen por lo que son
sino por lo que el que paciente espera que les sobrevenga:
un signo.

Siga lo que siga después,
eso deberá ser un signo
que responda.
"¿Soy uno/una más para vos?".


(¡Y es que no hay modo!:
los temas, humanos, suelen repetirse,
nuestras pautas organizativas también,
pero cada paciente es único.
Un mundo que nos dice.
Un universo que espera.)

Por eso 
no hay signo que se dé
(lo que se suele llamar "hacer una excepción")
que esté a la altura 
de eso 
único.
Que no se vuelva vano, 
y alimente el laberinto.
Por eso,
también,
en ese instante
ya no se trata del hecho en sí,
sino de sus ecos. Pero

Pero

 a veces el analista

no logra nombrar lo que escucha.
Y parece un ciego.

Y no es ceguera,
es mudez.
No es tosudez,
es la ética de no decir por decir.
No es arrogancia,
es no dar aún con el sonido.

Y a veces ya no hay más tiempo
Sólo queda el nombre único de quien se ha ido.
Resonando.


Y nuestras preguntas.
Pequeñas, humildes.


Guillermo Cabado


La foto es del interior de un violín y fue extraída de una página llamada "cultura re-evolucionaria", desconozco su autor.

Por lo demás, el "consultorio" nunca coincide con el espacio inmobiliario (y, acaso se vislumbre, tampoco podría suceder en el espacio virtual, por más Skypes que se inventen).



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