sábado, 20 de noviembre de 2010


A la mañana siguiente

(o un curioso video sobre aquel "Juanito"
de Freud)




"¿A dónde van las palabras que no se quedaron?
¿A dónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas como prisioneras de un ventarrón?,
¿o se acurrucan entre las rendijas buscando calor?

("¿A dónde van?", Silvio Rodríguez)





Luego de revisar y ajustar el último envío de telegramas visuales sobre psicoanálisis, en el que jugaba con la idea de "inyecciones invertidas" (1), recordé este pasaje que siempre amé de Freud ...

(para evocarlo permítanme poner primero un poco de música...)




(Eulogio Dávalos y el "¿A dónde van?" de Silvio)


Ahora sí:

Se trata de un agregado que hiciera en 1923 al análisis de la fobia de Juanito que había publicado 14 años antes (el subrayado es un agregado mío):

"Desde luego, quien haya podido convencerse, en los análisis de adultos, de lo infaltable del complejo de castración, hallará difícil reconducirlo a una amenaza fortuita y que no en todos los casos puede producirse, y se verá precisado a suponer que el niño construye este peligro a partir de las más leves indicaciones que nunca faltan".

("Análisis de la fobia de un niño de cinco años" de 1909, Sigmund Freud, Obras Completas, tomo X, pag 9, edición Amorrortu)


Amé en él ese espíritu investigativo de Freud.
Su constante interrogación y disposición a dejar caer lo que no se sostiene.

Y el valioso deslizamiento que esboza:

de la idea de un contenido inyectado por tal o cual miembro familiar
a un hacer, no volitivo, del sujeto
(
"el niño construye este peligro")

Ese pasaje tiene el encanto de los rincones:

en esos pocos renglones medio desapercibidos a pie de página
también se evidencia la persistencia de Freud en no abandonar la idea de
representación:

si hay un símbolo no será sin un referente, un hecho acaecido (eso a lo que él alude allí como
"las más leves indicaciones que nunca faltan").

Un punto donde
claramente la concepción de significante de Lacan se diferenciará de Freud con consecuencias clínicas, sin por eso dejar de ser, radical e inevitablemente, freudiano.

(No hay Lacan sin Freud.
Porque no hay psicoanálisis
sin ese faro de pasión y problematización
que fue Sigmund Freud)



(el niño al que Freud se refiriera como "Juanito", o "el pequeño Hans")


En eso estaba, cuando navegando por la WEB tropecé con un curioso video, que quizás muchos ya conozcan, donde aparece otra vez, como se le apareciera a Freud con 19 años, el ex pequeño Hans (seudónimo que supo proteger el verdadero nombre que con el tiempo se conociera: Herbert Graf ) (2).

Un Hans, o Herbert, bastante más crecido. Ahora junto a una tal María Callas...






Lic Guillermo Cabado



(1) Pretender estos telegramas visuales siempre resulta el desafío de caminar por el borde del malentendido y la inevitable inercia a la imaginarización. La "inversión" planteada en dicho nro 6 de los "telegramas visuales" (clic aquí) alude no sólo a la inversión de la direccionalidad en la producción del efecto de sentido entre el sujeto y esos otros portadores de mandatos familiares, sino también a un planteo que propone una inversión desde la tridimensión de los "cuerpos inyectables" a la superficie bidimensional, topológica (al fin y al cabo... ¿en qué consistiría esa extraña imagen de "inyectar con los propios fantasmas la pura cáscara de la ley"?).

Como sea, y a partir de algunas consultas recibidas, comento que el planteo que en esa zaga hago sobre la repetición puede ser rastreado en Lacan en muchos pasajes de su enseñanza, pero sugiero especialmente su escrito "El seminario sobre la carta robada" y las primeras cinco clases de su seminario IX, "La identificación" (recomiendo aquí el texto establecido para la EFBA por Ricardo Rodríguez Ponte).


(2) Saben ustedes que el inventor del psicoanálisis volvió a encontrarse con "Hans" cuando el niño ya era un muchacho de 19 años. Aquí parte del relato que hiciera Freud en 1922 (otra vez, el subrayado es intromisión de mi parte):

"Una comunicación del pequeño Hans me resultó particularmente curiosa. Por lo demás, no me atrevo a darle una explicación. Cuando leyó su historial clínico (refirió él) todo se le antojó ajeno, no se reconoció, no pudo acordarse de nada, y sólo cuando se topó con el viaje a Gmunden vislumbró algo así como una chispa de recuerdo de que podría haberse tratado de él mismo. Así, el análisis no había preservado de la amnesia el episodio, sino que él mismo había caído bajo ella. Algo parecido le pasa muchas veces en el dormir al familiarizado con el psicoanálisis. Despierta de un sueño, se resuelve a analizarlo sin dilación, torna a dormirse, satisfecho con el resultado de su empeño, y a la mañana siguiente ha olvidado sueño y análisis"

("Apéndice al análisis del pequeño Hans" de 1922, Sigmund Freud, Obras Completas, tomo X, pag 118 edición Amorrortu)


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